Hace poco tiempo, empresas como Airbnb, Uber o BlaBlaCar eran apenas unas desconocidas para el gran público en nuestro país. Sin embargo, en el último año han pasado a estar en boca de todos. Son una muestra de la denominada economía colaborativa, basada en la interrelación entre usuarios a través de plataformas digitales, con el fin de intercambiar productos o servicios, ya sea a través de un alquiler o mediante un trueque directo.
Esta economía de lo compartido empezó a popularizarse con las plataformas de crowdfunding, que permitían que cualquiera con un proyecto interesante pudiera conseguir financiación gracias al micromecenazgo de usuarios anónimos. Ya en 2013, Kickstarter, la mayor plataforma de crowdfunding, movió 1,3 millones de dólares al día.
Con estos antecedentes, parece que las empresas de sharing economy tienen un futuro prometedor. “Es un fenómeno global. Tiene que ver con el auge de las nuevas tecnologías y, sobre todo, con la tecnología móvil. Son plataformas que ponen en contacto de manera muy fácil y accesible a consumidores que tienen un activo ‘ocioso’ que desean poner a disposición de otros, ya sea alquilándolo o haciendo un trueque. La tecnología permite hacerlo de manera muy sencilla, creando comunidades en las que la gente se pone en contacto a través de estas plataformas. Y esas comunidades tienen un gran potencial de crecimiento. Además, hay un montón de nichos de negocio: servicios, movilidad, alojamiento, financiación entre particulares… Hay muchas posibilidades de crear una empresa en este ámbito”, explica José Luis Zimmermann, director general de Adigital, asociación que cobija a Sharing España, organización de reciente creación y en la que se agrupan algunas de las compañías de economía colaborativa que operan en España.
Aunque la irrupción de la sharing economy ya era una tendencia emergente en 2013, el último año ha supuesto el espaldarazo definitivo. Por un lado, la crisis del modelo económico tradicional ha impulsado el interés en alternativas no convencionales para obtener financiación, lograr ingresos extra o sacar provecho de bienes que estén siendo infrautilizados. Por otra parte, el auge de los smartphones y las enormes posibilidades de las apps móviles abren un mundo de oportunidades para explotar este tipo de negocios.
Según un estudio mundial de la consultora Nielsen, el 68% de los encuestados se muestra dispuestos a compartir sus bienes a cambio de algún beneficio. Y al 66% querría usar o alquilar productos o servicios de otros dentro de una comunidad colaborativa. “Existe un nuevo tipo de consumidor, con un poder adquisitivo relativamente alto y que no desea tanto poseer bienes -ya sea un coche, una casa…- como hacer uso de ellos. Este consumidor busca menos la propiedad y más el uso de activos”, precisa Zimmermann.
En España, la consolidación de la economía colaborativa también parece un hecho. El informe ‘Compartir en sociedad’, elaborado por Nielsen, desvela que el 53% de los españoles estaría dispuesto a compartir o alquilar sus bienes. Este porcentaje está por encima de la media europea, que se sitúa en el 44%. Según dicho estudio, los ciudadanos de los países en los que la crisis económica ha hecho mella son proclives a utilizar este modelo. Así, griegos (61%) y portugueses (60%) están muy interesados, aunque los eslovenos (71%) son los más predispuestos.
Aunque los españoles cada vez mostramos más interés por esta fórmula, quedan barreras culturales que dificultan la consolidación de la economía social en nuestro país. Los datos de Nielsen señalan que un 42% de los consultados se declaran “dueños absolutos de lo suyo”, rechazando la posibilidad de ofrecer sus bienes con fines económicos. Y los españoles nos mostramos más dispuestos al intercambio si se materializa en una contraprestación económica. Por ejemplo, un 29% de los encuestados afirma que prestaría algún servicio –clases de inglés, una reparación doméstica, etc.- a través de estas plataformas a cambio de dinero. También estamos dispuestos a compartir a cambio de algún pago nuestras herramientas (23%), productos de electrónica (19%), bicicleta (18%), coche (17%), material de acampada (16%), vivienda (15%), objetos del hogar (15%) o material deportivo (14%).
Las compañías de economía colaborativa también chocan con obstáculos legales. Por ejemplo, Uber no para de dar titulares acerca de protestas y prohibiciones en diferentes rincones del mundo. Sin ir más lejos, el Juzgado de lo Mercantil número 2 de Madrid ordenó su cese de actividad en España. La compañía también queda al margen de la ley en Francia. Y su CEO se enfrenta a la amenaza de cárcel en Corea del Sur. Pero Uber no para de crecer. Según informó hace un par de semanas, gestiona un millón de viajes diarios y tiene presencia en 250 ciudades de 53 países.
Airbnb, otra de las empresas de economía colaborativa de mayor éxito, también se ha encontrado con ciertos impedimentos legales. El pasado mes de mayo acabó cediendo ante la petición de la autoridades de Nueva York, que exigían la entrega de su base de datos de usuarios en el Estado con el fin de vigilar el cumplimiento de la legalidad. Y ya en España, Airbnb ha tenido que afrontar una multa de 30.000 impuesta por la Generalitat de Cataluña, ya que incluye en su oferta viviendas que no están inscritas en el registro de Turismo de la comunidad autónoma.
En nuestro país nos encontramos con el problema añadido de la fragmentación regulatoria por la superposición de administraciones. Además del marco europeo, tenemos la ley nacional y las leyes de las distintas comunidades autónomas, con amplias competencias. E incluso hay reglamentación municipal, complicando aún más la situación. “Esto es una barrera para cualquier modelo de negocio que desee emprender en España. Las compañías grandes pueden afrontar esta circunstancia, pero es imposible para una start up española”, indica Zimmermann.
Uno de los objetivos de Sharing España consiste precisamente en colaborar en la actualización del marco legal para adecuarlo a la realidad emergente. “Tiene que haber una regulación y que ninguno de estos modelos de economía colaborativa esté en una ‘zona gris’. La regulación se tiene que basar en el interés general y en la libre competencia. Pero también hemos de ver si hay algún fallo de mercado en aquellos sectores en los que ya existan otros agentes operando”, apunta el director general de Adigital. “En muchos casos, son sectores regulados, que han sido regulados por algo. Pero si llevan muchos años en esta situación y están muy regulados, quizá dicha regulación no vaya en favor del interés general”, añade.
Zimmermann destaca que las compañías de economía colaborativa “vienen a aportar valor y hacer que el mercado aumente; no a repartir el mismo pedazo de mercado, sino a ampliarlo”. Por eso, considera que “hay que regularlo entendiendo que muchas de estas empresas no hacen exactamente la misma actividad que otras que ya están operando en el sector. Por ejemplo, no es lo mismo una persona que alquila una casa que un hotel, por lo que no se puede exigir lo mismo”.
Otra de las dificultades para la consolidación en España es el tamaño del mercado. “Muchas de estas plataformas se dedican a intermediar entre particulares a cambio de una comisión que suele ser baja, por lo que necesitan un gran volumen para poder ser rentables. España es un mercado muy pequeño y eso es un impedimento”, apunta el representante de Sharing España.
Algunas de estas empresas también son atacadas basándose en determinados prejuicios. Zimmermann tiene claro que se trata de argumentos endebles. “Respecto a la falta de transparencia o de seguridad, estos modelos nacen precisamente porque internet permite que el consumidor tenga una información que antes no tenía. Cuando va a utilizar un servicio de este tipo, tiene muy clara la información del servicio que se le va a dar. Y otros usuarios ya han evaluado el servicio. Si no existe seguridad y transparencia, el modelo no funciona. En cuanto a la precarización, hablamos de activos ‘sobrantes’ en nuestra vida. Puede ser un activo físico, como una casa o un coche, pero también nuestro tiempo. No es algo nuevo. Son actividades que se han dado siempre. Estas plataformas permiten ordenar la actividad y hacer negocio de ello. Es una oportunidad para hacer aflorar esa ‘economía sumergida’”, declara el director general de Adigital.
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